No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Seguramente, tampoco conocemos el lugar de origen. Sin origen y sin destino. Bajo un cielo anaranjado y grisáceo, con un sol brillante y achatado que siempre nos acompaña por encima de nuestras cabezas... es cómo pedalear sin cadena, sólo podríamos avanzar cuesta abajo. Cualquier viaje inesperado es largo, cualquiera que sea el destino. Cualquier viaje imprevisto se hace casi infinito, y cuando miramos el horizonte, anhelamos llegar hacia allí, al lugar donde nos alcanza la vista pero nunca nos alcanzarán los deseos. El horizonte es inalcanzable, irrespetuoso con los viajeros, con los emigrantes, con los peregrinos. Evocador de recuerdos marchitos por el tiempo; planificar los viajes, buscarlos, vivirlos, disfrutarlos, se hace bastante difícil cuando el destino nos cierra las puertas de una manera... tan ingénua; por decirlo de alguna manera... A veces pienso que no pensamos nuestros actos hasta que no valoramos las consecuencias, y que no nos hace falta absolutamente nada para no hacer las cosas que nos gustan: nosotros mismos nos buscamos los problemas. Lo que sí es cierto es que tetas y sopas no caben en la boca, y al final pasa lo que pasa; unos por ser demasiados permisivos y otros por ser algo cabezotas. Incompresivos, cuando menos. Y ahora que lo pienso, el primer paso debería ser el saber pedalear juntos, aunque sea cuesta arriba...
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