Renegando en las tinieblas del sinvivir. Intentando volver a ser lo que fuimos. Hoy, sin saber por qué, pude detener el tiempo apenas unos instantes. Me acordé de cuando mi mundo era mi habitación. Mi casa eran mis reglas y la calle, la selva. Y fueron los tiempos más felices. Aquellos en los que en una habitación, podía dormir, jugar, estudiar, merendar o escuchar música. Pensar, imaginar, inventar. El lugar donde tenía todos los sueños entre las camisas de mi armario, sueños guardados en los cajones, fusionados con las camisetas grises y blancas. Antes de eso, mi habitación seguramente sirviera para dormir. Y nada más. Después, sirvió para compartirla. Benditos hermanos. Mucho antes, ni tendría habitación. Quizá una simple cuna. Y con el tiempo, pasamos a compartir piso con estudiantes o compañeros de trabajo, a tener una habitación donde hacer cada tarea específica, pisos compartidos, habitaciones extensibles a cocinas y baños, y siguiendo con la evolución, una casa o un piso, por fin en propiedad. Nadie nos pregunta si es la evolución que queremos. Simplemente, es la que existe, y si decides cambiarla, tendrás que ser un bicho raro toda la vida. Mi habitación tenía un agujero en la pared, por donde escapaban mis sueños, buscaba mis amores y encontraba una salida al bullicio de la realidad. Y ahora me siento como si mi casa tuviera miles de estos agujeros, cada cual con un cometido y que, por mucho que intentemos tapar, seguirán existiendo mientras tengamos sueños que cumplir, mujer a la que amar, sensaciones por descubrir y vidas por recordar. ¿Para qué sirven los agujeros en las paredes? No lo sé, pero existen... Y yo no me fío de ellos, aunque no dejo de mirarlos. Quien sabe si por fin puedo atrapar algún deseo...Anuncios Google
martes, 24 de agosto de 2010
AGUJEROS EN LA PARED
Renegando en las tinieblas del sinvivir. Intentando volver a ser lo que fuimos. Hoy, sin saber por qué, pude detener el tiempo apenas unos instantes. Me acordé de cuando mi mundo era mi habitación. Mi casa eran mis reglas y la calle, la selva. Y fueron los tiempos más felices. Aquellos en los que en una habitación, podía dormir, jugar, estudiar, merendar o escuchar música. Pensar, imaginar, inventar. El lugar donde tenía todos los sueños entre las camisas de mi armario, sueños guardados en los cajones, fusionados con las camisetas grises y blancas. Antes de eso, mi habitación seguramente sirviera para dormir. Y nada más. Después, sirvió para compartirla. Benditos hermanos. Mucho antes, ni tendría habitación. Quizá una simple cuna. Y con el tiempo, pasamos a compartir piso con estudiantes o compañeros de trabajo, a tener una habitación donde hacer cada tarea específica, pisos compartidos, habitaciones extensibles a cocinas y baños, y siguiendo con la evolución, una casa o un piso, por fin en propiedad. Nadie nos pregunta si es la evolución que queremos. Simplemente, es la que existe, y si decides cambiarla, tendrás que ser un bicho raro toda la vida. Mi habitación tenía un agujero en la pared, por donde escapaban mis sueños, buscaba mis amores y encontraba una salida al bullicio de la realidad. Y ahora me siento como si mi casa tuviera miles de estos agujeros, cada cual con un cometido y que, por mucho que intentemos tapar, seguirán existiendo mientras tengamos sueños que cumplir, mujer a la que amar, sensaciones por descubrir y vidas por recordar. ¿Para qué sirven los agujeros en las paredes? No lo sé, pero existen... Y yo no me fío de ellos, aunque no dejo de mirarlos. Quien sabe si por fin puedo atrapar algún deseo...
Renegando en las tinieblas del sinvivir. Intentando volver a ser lo que fuimos. Hoy, sin saber por qué, pude detener el tiempo apenas unos instantes. Me acordé de cuando mi mundo era mi habitación. Mi casa eran mis reglas y la calle, la selva. Y fueron los tiempos más felices. Aquellos en los que en una habitación, podía dormir, jugar, estudiar, merendar o escuchar música. Pensar, imaginar, inventar. El lugar donde tenía todos los sueños entre las camisas de mi armario, sueños guardados en los cajones, fusionados con las camisetas grises y blancas. Antes de eso, mi habitación seguramente sirviera para dormir. Y nada más. Después, sirvió para compartirla. Benditos hermanos. Mucho antes, ni tendría habitación. Quizá una simple cuna. Y con el tiempo, pasamos a compartir piso con estudiantes o compañeros de trabajo, a tener una habitación donde hacer cada tarea específica, pisos compartidos, habitaciones extensibles a cocinas y baños, y siguiendo con la evolución, una casa o un piso, por fin en propiedad. Nadie nos pregunta si es la evolución que queremos. Simplemente, es la que existe, y si decides cambiarla, tendrás que ser un bicho raro toda la vida. Mi habitación tenía un agujero en la pared, por donde escapaban mis sueños, buscaba mis amores y encontraba una salida al bullicio de la realidad. Y ahora me siento como si mi casa tuviera miles de estos agujeros, cada cual con un cometido y que, por mucho que intentemos tapar, seguirán existiendo mientras tengamos sueños que cumplir, mujer a la que amar, sensaciones por descubrir y vidas por recordar. ¿Para qué sirven los agujeros en las paredes? No lo sé, pero existen... Y yo no me fío de ellos, aunque no dejo de mirarlos. Quien sabe si por fin puedo atrapar algún deseo...
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