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sábado, 7 de agosto de 2010

NOCHES DE VERANO

Todas las noches de verano tienen algo en común: el calor. No siempre fui mal estudiante. Casi ningún verano de mi adolescencia tuve que estudiar. Sólo aquellos últimos dos o tres años del BUP y el COU. Una vez en la informática, no tuve mayores problemas. Ayer fue un mal día. Haciendo limpieza, en un momento dado, el ordenador decidió no arrancar. Antes era todo más fácil. Cuando pasaba algo de esto, por alguna maldita DLL o alguna entrada incorrecta en el registro, instalabas el Sistema Operativo de nuevo "encima del instalado" y andando. Me ha pasado con el 98 o con el XP y nunca he tenido problema. Ahora con el "supermegawindowsiete" te sale un "gran programa" que después de esperar media hora te comunica que el ordenador no va a arrancar y punto. La experiencia hace que, a estas alturas, no me ponga nervioso. Sé lo suficiente como para tener Linux instalado, entrar desde Linux en las particiones Windows y poner a buen recaudo los datos de la partición principal de Windows que es la que toca formatear. Porque las demás ni siquiera van a ser tocadas. Sólo he perdido una tarde, una noche, y una mañana, unas ocho horas instalando software. Y he ganado velocidad en mi Windows recién instalado, algo es algo...

Aquellas noches de verano se sacaba una silla a la puerta, después de cenar, y se sentaba a ver pasar la gente. La soledad hace que seamos capaces de ver cosas que ni nos podíamos imaginar. Además, no tiene por qué estar ligada a la tristeza. Simplemente es una forma de abrir más los ojos. Las noches que yo me sentaba con él, sin importar mi edad, quizá lo estaba distrayendo de sus pensamientos. Quizá buscaba esa soledad. Sin embargo, siempre le daba alegría cuando salía a estar un rato con él. Aquellas noches en las que la informática era una quimera y la luz únicamente servía para alumbrar. Al pasear ahora por mi pueblo adoptivo me doy cuenta de que aún hay gente que sigue saliendo en las noches calurosas del verano a buscar la soledad de las farolas en las puertas de sus casas. Deberíamos ser como los insectos, que su única meta en esta vida es poder alcanzar la luz... o quizá ya seamos como ellos.

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