Aunque esperaba otro tipo de libro, no puedo negar que me haya gustado. Ambientado en la Francia del último tercio del siglo XIX, Jacques, el protagonista del libro, narra en primera persona el arte de crear vitrales para las iglesias y abadías, cómo aprende el oficio de su padre y de amigos de éste, y la manera en la que va encontrando nuevas técnicas para conseguir diferentes colores no inventados con el máximo aprovechamiendo de la luz. Movido totalmente por la fe, por lo que la Biblia nos quiere vender, Jacques va perdiendo dicha fe por una serie de desgracias que van ocurriendo en su vida y que termina recuperando gracias a que su trabajo, demasiado moderno y vanguardista para la época, se ve reconocido en ciertas esferas de la sociedad. El libro es ameno y rápido, el autor no se adorna con demasiadas florituras, si acaso alguna pincelada que peca de ingenua en un lenguaje quizá demasiado sencillo, incluso infantil, pero que consigue lo que yo creo que al menos pretende: que el libro se lea en tres o cuatro días de manera intensa o en un par de semanas si nos lo tomamos con más calma. Al final, en el último tercio del libro, la religión influye demasiado en el autor el cual recalca que pase lo que pase debemos de creer en Dios y que todo lo que pasa es porque Dios lo quiere así y no podemos hacer nada más. Creer en que después de la muerte nos espera siempre, pase lo que pase, una vida mejor. Creer en los milagros de los santos.
¿Y QUIEN DICE QUE ESO NO PUEDE SER VERDAD...?
ResponderEliminarBueno, en eso consiste la fe. Claro que puede ser verdad, igual que también podría no serlo. Ya he dicho muchas veces que yo tengo Fe y Esperanza. Y no hay nada de malo en allo. Otra cosa es que en otras cosas crea... Pero no me he pronunciado al respecto, sólo comento la sensación que me ha producido el libro en su parte final.
ResponderEliminarSaludos y gracias por comentar.