Mi abuelo fue como un padre para mí. Y su muerte ha sido la muerte que más he sentido en toda mi vida. Allí, en aquel piso de la esquina de la calle Murillo con la calle Julio Burell, volvió a llegar la Semana Santa. Fue la Semana Santa de 1996. Y fue una Semana Santa distinta para mí. La primera Semana Santa sin mi abuelo. Y el Viernes Santo, cuando mi hermandad pasó por ese punto de la ciudad, allí estaba mi abuelo, en el balcón. Creo que nunca me había visto hacer la estación de penitencia. Siempre nos animaba a ver las procesiones, pero él no las veía casi nunca. Cuando estuve a su altura, ya prácticamente en la calle Espartero, levanté la maza del timbal y lo saludé. Detecté un pequeño gesto. Al menos me reconfortó pensar que mi abuelo, por una vez, me había visto en la calle vestido de penitente. Ese mismo año, el veinticinco de diciembre, mi abuelo falleció a las cuatro y media de la tarde. Turbulenta estampa de una tarde grisácea la cual entraba por el mismo balcón donde mi abuelo miraba asomado, unos meses atrás, a sus dos nietos vestidos de penitente con toda la ilusión del mundo. El mismo balcón que elevaba al cielo la Esperanza de mi abuelo de poder volver a su casa de siempre. Ese balcón que no pudo darme el consuelo de ver como mi abuelo volvía a sonreir. Dios siempre es justo, y no quiso que mi abuelo muriera sin que viera a mi madre. Y la vio, y fue lo último que vio, porque mi abuelo esperó a que llegara mi madre, y cuando llegó, la miró, y le sonrió. Y entonces falleció. El resto de la familia llegó tarde. Sólo pudimos verlo sin vida.
Y mi hermandad volvió a pasar por aquella esquina. Y yo, como esperando ver a mi abuelo, volví a mirar hacia aquel balcón. Tenía la Esperanza de volverlo a ver. Pero el balcón estaba vacío. Mi abuelo no estaba en el balcón, pero estaba más arriba. Esta vez no pude verlo, pero él sí que me vio a mí. Y yo noté todo su apoyo. Y estuvo conmigo el resto del recorrido. El año anterior, mi abuelo no me vio y yo tuve que hacerle una señal, tuve que advertirle mi presencia. Este año fui yo quien no lo vio, pero estoy seguro que él sí que me vio a mí. Porque las lágrimas inundaron mis ojos, pero éstos no me hicieron falta. Sólo tuve que seguir los suyos hasta San Francisco.
Preciosa la entrada, y muy emotiva, me a encantado,enhorabuena y estoy seguro de que tu abuelo te ve no solo los viernes santo, si no todos los días del año.
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