Llame a la puerta tímidamente y la abrí. Esperaba encontrarme con una persona y me encontré con la atenta mirada de siete pares de ojos. Justo enfrente mía había una silla vacía. Me pidieron que me sentara y que les entregara el DNI. Salí con la certeza de que no sería el elegido, a pesar de que éramos 4 candidatos para un puesto. Teóricamente, mis rivales pensarían que las posibilidades reales eran de un 25% por cabeza. Yo sabía que no era cierto, pues noté que mi perfil no era el que buscaban. A pesar de todo, los cuatro esperamos pacientemente.
Nos hicieron esperar en el pasillo. Nadia hablaba, nadie decía nada. El silencio era sepulcral, cada uno pensaba que el de al lado, le podía quitar el puesto de trabajo. Las miradas de soslayo y la respiración lenta se sucedían continuamente. Miradas desafiantes, arrogantes, seguras de sus dueños y defensores de sus concimientos. Yo pensé que, en realidad, cada uno de ellos tenía un 33% de posibilidades, pues muy mi a pesar, yo estaba descartado. No sé lo que pensarían los demás... Diez minutos después, se abrió la puerta y anunciaron el nombre del afortunado. No me equivoqué. Ganó el que más tranquilo estaba y menos sabía disimularlo. El entrevistador agradeció la asistencia y la mayoría de los entrevistados, como de costumbre, nos marchamos por dónde habíamos venido. Próximamente, más y mejor.
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