Pocas cosas peores existen. El autoritarismo, de la forma que yo lo veo, es una tiranía camuflada, es una forma de esconder el poder, para que, cuando se tenga que usar el mismo, hacerlo sin tapujos. Es esa obsesión de controlar todo lo que sucede a tu alrededor, incluso aunque no sea de tu competencia. Ayer, viendo un reportaje en la caja tonta, un psicólogo comentó que ese afán de protagonismo, de sentirse superior, de creerse mejor que nadie, viene dado por una infancia retraída, en la cual el sujeto tuvo cierto complejo de inferioridad. Creo que efectivamente puede ser un motivo, pero igualmente me parece que a esto lo puede acompañar una acusada falta de educación y un marcado carácter intolerante e irrespetuoso.
Tarde o temprano, las personas autoritarias terminan ganándose el odio de su entorno más cercano y el desprecio de los demás. Convivir con una persona autoritaria no es fácil, aunque si desde un primer momento ya se apuntan maneras, sabremos desde el principio como torear el temporal. Lo más triste es que estas personas se piensan que las demás pueden llegar a ser como ellas, y esto, convertido en obsesión, sí que puede pasar factura. Es como una farola en medio de la nada. Sí, hace su función, iluminar. Destaca simplemente por eso. Pero de nada nos sirve si nos vamos fuera de su alcance.
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