Llantos de desilusión, de lamento, quizá de desolación, seguramente, no de compasión. Llantos que debieran ser míos, robados, de impotencia, de buena conciencia, de agua color marrón. Estoy mal. No lo voy a negar. Aunque me haga el fuerte, estoy mal. Y no lo puedo explicar. No sé. No lo entiendo. Lo grave es que sé cómo no estarlo... o al menos, creo saberlo. O Intuirlo. Pero, por el motivo que sea, no consigo hacer nada para mejorar. Me cuesta horrores levantarme, me levanto a veces dolorido... y en 5 minutos me encuentro pletórico. Hasta que el día se va apagando, y yo me apago con el día. No es problema de nadie. El problema está en mi interior. Tengo miedo de pensar, de no saber explicar, tengo miedo de esperar a que ocurran las cosas. Y estoy mal cuando me tumbo de costado y mi pesado cuerpo descansa sobre el brazo, y me incorporo, y respiro más fuerte, y pienso. Y mi cuerpo se queda tumbado en la oscuridad mientras mi alma sólo piensa en distanciarse más y más y dejar que el tiempo pase... hasta que llegue un nuevo día. Lo mejor de mi vida: los 5 minutos posteriores al amanecer, la actividad, la ocupación de la mente, la imaginación, la creatividad... pero conforme pasa el día, siento que el oxígeno desaparece a mi alrededor. Y entonces, en la oscuridad de la noche, escucho llantos. Llantos que debieran ser míos, llantos de frustración. Llantos robados.
Devuélveme mis llantos. Quizá se los tenga que mostrar al psicólogo. No sé si me estoy volviendo loco...
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