
Me siento como un funambulista. Raro es el día que no tengo que hacer equilibrios para intentar no caer. Seguramente, un día caiga, y depende del lado en que caiga y de la forma de caer, mi reacción puede ser de una u otra forma. El funambulista necesita concentración, observar cada instante, analizar cómo colocar el pie, anticipar cómo puede ser su próximo paso, tener un equilibrio excepcional, nunca mirar hacia abajo, siempre al frente, y sobre todo, no perder de vista su camino. Justamente lo que necesito yo. Y tantas condiciones a la vez se hace realmente complicado intentar no defraudarlas. Pero reconozco, pecando hoy de cierto egoísmo y dejando a un lado mi posible perfil engreído, que tengo un mérito añadido: y es que además, me ponen la zancadilla cada tres pasos que doy. Lo extraño es que no me haya caído ya, que ni la luna es capaz de coger el sueño y el sol admira cada una de mis zancadas de la expectativa creada...
Hoy no comento por falta de tiempo, que quede dicho.
ResponderEliminarSólo decirte que las zancadillas y los tropiezos reiterados son los que nos permiten avanzar a pasos agigantados...
Te Admiro. No decaigas!!!
Sí, es posible, pero sería mucho mejor que no nos pusieran zancadillas.
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