Tras el cristal rugoso de una ventana, rozando los poros metálicos de las rejas, los atardeceres de mi vista son naranjas y azules. Colores cálidos y fríos, llenos de tonos amargos, oscuros y distantes. Mirada de chocolate, aterciopelada, del color del cielo bañada en oro fuego. Los cristales son como las personas. Algunos dejan ver a traves de ellos, transparentes, claros y concisos. Otros son muy opacos, oscuros, ocultando la verdad, resaltando la mentira como su arma más eficaz. Y aquellos que nos interesan dejan pasar la luz pero no los sentimientos. Dejan pasar la esperanza pero usan los secretos como escudo. Son los cristales rugosos, con texturas, poco clarividentes, para mirar a través de ellos pero sin distinguir la verdad. Verdad que casi siempre es difusa, y que no podemos contemplar hasta que no apartamos el cristal y fijamos nuestra mirada en la realidad de la vida. Esa realidad que a pesar de los pesares, muchas personas se empeñan en negar, en no aceptar, en no querer mostrar tal y como es. Personas que son como los cristales. Seguramente era una bonita puesta de sol. Pero el despiadado cristal no nos permitió observarla...
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