Olvidar es fácil cuando no interesa. Recordar también. La vida del olvido es aquella manera de vivir en la cual nos centramos en el presente e intentamos prever el futuro para precisamente eso, poder seguir centrados en el presente cuando llegue. Y el pasado es eso, pasado. Y no se puede cambiar. Cambiar el pasado sería de torpes. Como mucho lo podemos olvidar o, en el mejor de los casos, tratar de no recordarlo.
Hay gente que es presa del pasado, quien guarda recuerdos, generalmente malos, y como si de una caña de pescar se tratara, los vuelve a traer a flote y los hace partícipes del presente. ¿Para qué? Para no poner remedio, para amargar el futuro, aquello que aún podemos elegir cómo vivir de una manera decente. Para que alguien pueda olvidar debe ser una persona con determinadas características especiales. No debe ser rencorosa ni vengativa, debe vivir bien consigo misma. Y a la vez debe ser piadosa, arrepentida y dispuesta a aprender de sus propios errores. Errores que cometemos todos y que a nuestros ojos son inexistentes por el mero hecho de ser nuestros, y demasiado evidentes por ser errores de los demás. Todos cometemos errores similares, y no por ello estamos lapidando constantemente a nuestros semejantes. Esta es la vida del olvido. La de aquellos que tratan de olvidar lo malo y de centrarse en el presente. De todas formas, tengo poca esperanza en el perdón, pues aquellos que no saben perdonarse a sí mismos, difícilmente podrán perdonar a los demás. Yo, por eso, prefiero seguir olvidando...
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