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jueves, 22 de abril de 2010

EL MENDIGO

Me fijé en él dos veces. La primera, cuando lo adelanté por la derecha. Quizá obeso para su condición social, quizá desnutrido por su necesidad, el mendigo llevaba todos sus bienes en lo alto del sillín de una vieja bicicleta. Agarrado al manillar, indiferente a su alrededor, seguramente preocupado por las nubes del cielo, caminaba lentamente por la acera de aquella gran avenida. Entre estos enseres se adivinaban una especie de órgano y un amplificador. Puede que alguna otra ropa, y nada de dinero o comida.

La segunda vez, me crucé con él de frente. Caminaba de la misma manera, cabizbajo, sin orientación y con las mismas preocupaciones o inquietudes. Sin esquina donde cobijarse, donde poder conseguir algo de dignidad, sin orgullo pero complaciente con su destino. Por eso pienso tantas y tantas veces que vivo con lo que me ha tocado, y que es casi imposible de cambiar. No olvidemos que todos somos mendigos. Aunque sólo se le nota al que pide dinero para poder comer...

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