UN PUNTO DE INFLEXIÓN
Hay momentos que marcan toda una vida... aunque la vida sea corta o no sepamos lo que queda por vivir. Es el maestro quien debe percibir que ya no le queda nada por enseñar al alumno, y no al revés. Momentos cruciales, de espera e incertidumbre, que sin llegar a ser mortales no dejan de ser tales como en los cuentos de mi pincel que no cuentan embustes, sino trocitos de lunares envueltos en peluches. Y siguiendo la estela que sobrevuela el pasado de mis ancestrales, me encontré caminando por los portales vírgenes de terciopelo bañados en cristales, mojados, empapados, haciendo inservibles mis sueños de inocencia camuflados entre cientos de pañales. Es un retorno al pasado el que dibujo entre letras vueltas de camino a tientas por la ruta de mi nostalgia. Aunque siempre digo algo, a veces nunca me entiendo. Pero, en este momento, sé que lo de antes es lo de antes y lo de ahora será ya, siempre, a partir de ahora, y valga la redundancia, diferente. Aunque lo mire de lado, o aunque lo mire de frente.
Mis disculpas no sirven de nada, aunque yo siga cometiendo errores. Aunque bese el suelo, aunque lo sean todo para mi, aunque no me importe nada, aunque piense en ella, o en él, o en todos... es por mi, y no por nadie más. Esto es un punto de inflexión, una línea invisible que separa dos partes: al antes y el ahora. Una línea no puede hacer tres divisiones. Siempre hay dos partes, porque el después no existe.
Tengo mi apodo ganado a pulso. Siempre me pasa. Siempre. No sé quien es mi error, pero sí sé que yo soy mi mayor equivocación. Nunca haré méritos suficientes para conseguir un perdón... aunque yo no quiero un perdón. No necesito un perdón.
Solo necesito una caricia cerca de mi corazón... que ya intentaré yo encontrar un nuevo punto de inflexión.
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