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miércoles, 22 de diciembre de 2021

LA MADUREZ DE LA RAZÓN

LA MADUREZ DE LA RAZÓN

Nos necesitamos el uno al otro tanto como nadie a muchos. Ya no impresiona tanto el desgaste como la huella impresa en nuestra vieja mirada. Mis cálculos rezuman alegría pero, al mismo tiempo, calman mi ansiedad. Ya no siento compasión, pero sí cierta tristeza por no estar en el lugar apropiado. No apropiado para mí, sino para ella, escondiendo cautela mirando tras el cristal que nos muestra su malestar, enojo y estampa bella, enfadada cual estrella que dejó de brillar. Pero ella siempre brilla, aunque no se hacérselo ver, aunque no lo sepa valorar. Y cuando intento comprenderla, pienso en en esa edad que de frágil y dulce tela se rompe nada más mirar. Y ya no eres aquella, sino aquél que no sabe encontrar tu tierno lugar. Quien tuviera tus años, pero quien no tuviera el oscuro de tu pesar.

El orgullo no se mide con palabras, sino mirando a los ojos de ese corazón perdido que lucha por buscar un camino que no sabemos si podrá encontrar. Entonces observo en el blanco de sus pupilas esas palabras que no se atreve a pronunciar. Ya sufren bastante, aunque la culpa sea ajena y la responsabilidad de los demás. El mérito consiste en mitigar y minimizar todo daño colateral. Y hasta ahí me veo impotente. Hay cosas que no se pueden remediar.

Espero no ser juzgado sin juzgar la realidad. Porque es lo que nos duele de verdad. Cada vez quedan más años, pero menos tiempo por pasar.

Yo tampoco lo entiendo. Será que no me alcanza la edad ni la madurez... o será que me falta la razón. No me queda otra. 

A ella tampoco.


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