CUANDO SUENA TU VOZ
Cansado de esperar a la gota del rocío, me dejé caer en el viento de cartón, ese que sopla frío, sin cariño, corona ni corazón. El agua fina huye, invisible, cantando con sus gotas tamaño punzón, se diluye y corre sin mis botas de niño cabezón. Entonces compruebo el calor del aire y entro en la habitación. Me miran sus pequeños ojos, bilingües, del color del cielo y de las nubes donde nació. Me mira. Esboza una sonrisa y suplica con esa mirada algo parecido al perdón. De pelo largo, enmarañado y fino como el hilo que teje la araña que busca su salvación. Sin rencor pero con compasión. No pronuncia palabra porque no la encuentra en su interior. Retrocede. Sus labios se humedecen y respiran la sal que no distingue el sabor.
Desaparece. Se esfuma. Inhala humo de memoria para no olvidar nunca el recuerdo de su intuición. Sabe que me quiere, que se quiere... que no recele la envidia de los celos de mi amor. Habita en su cuerpo la sangre que la desheredó. Grita con fuerza su nombre... ese que el infinito nunca escuchó.
La muerte vive en nuestro interior, pero la vida muere con cada zancada que pronuncio, con cada palabra que avanzo para tocar la fortaleza que se hace frágil cuando suena tu voz. Porque cuando suena tu voz, resucita la sonrisa y se apaga la oscuridad que nos separa a los dos.
Y es una pena... porque la oscuridad que existe cuando nuestras manos se rozan es ínfima.
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