Perder tiempo es sinónimo de perder vida. Y la vida tiene un reloj que siempre favorece al tiempo. Nos guste o no. No siempre es fácil luchar contra el destino, aunque pueda parecer lo contrario. No lo digo solo por el tiempo. El bolsillo tiene también mucho que ver. Volvemos al tema de las prioridades. Hay quien no sabe verlas y eso dificulta tener un orden en la vida que, desde mi punto de vista, es necesario. No digo que tenga que ser perfecto, pero sí necesario. Creo que aún estamos en fase de detección de mentiras; y para ello no existe un único lugar donde poder probar nuestra conciencia, donde reflexionar sin tener que desviar la mirada...
... y hablando de conciencia, puedo decir que, a pesar de todo, la mía está tranquila. Entiendo la presión, aunque es evitable desde cualquier ángulo de visión que queramos asignar a nuestros sentidos. Pero, no por ello, deja de ser innecesaria, porque hay mil formas de entender una misma cosa o de interpretar una misma manera. Y ninguna es mejor que la otra... simplemente son diferentes. Después, llega el intolerante, el que no entiende que el esfuerzo está por encima de cualquier premisa que se disfraza de colores por el simple hecho de ser diferentes a la vista.
Duele que la voluntad y la predisposición no estén justamente valoradas; o que el sacrificio sea siempre insuficiente porque llegamos a niveles de exigencia que ni siquiera uno mismo es capaz de cumplir.
Tendré mi tiempo. Y sabré esperar mi momento. Por eso mi conciencia no deja de estar tranquila mientras esconde su sonrisa y valora todas y cada una de las posibilidades que nos estrechan la mano...
...de una forma pícara, por qué no decirlo. Es mi nueva definición de tener paciencia. Eso sí, siempre controlada. Sin perder la oportunidad. Aunque lo parezca... pero solo a veces.
Sólo a veces. Suena interesante. A veces... también.
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