ROZANDO LA ETERNIDAD
Algunos pueden llegar a ser demasiado insistentes. Las palabras bonitas nos las creemos antes, porque embaucan, embelesan y nos envenenan con su dulzor. Es una parte más del aprendizaje, de la madurez, de la vida. Evidentemente, nadie va a regalar nada a cambio de nada. La mayoría de los negocios juegan con la ilusión de las personas que creen una vida mejor. Al fin y al cabo, todo depende del punto de vista con que miremos las cosas. A veces estamos en un lado, y a veces en otro, y ambos lados tienen intereses. Entonces nos creemos mejor que nadie, que hemos inventado la rueda y que podemos triunfar por lo que hacemos, en lugar de por lo que somos. Y así, nos auto engañamos, una vez, y otra, y otra... y además, damos alas a quien lo saben, y no basta con auto engañarnos, sino que esos que lo saben también quieren engañarnos.
Ya no rozamos la eternidad, ni el alma, ni la infinidad del oceano. Nos sentimos un poco fracasados, pero si hemos obrado con cierta inteligencia, habremos aprendido del error, del lugar donde se encuentra la trampa sin haber perdido demasiado de nuestro propio orgullo. Cada vida es una lección, y cada lección es una vida.
Y algún día puede ser que nos sintamos valorados. O puede que muramos antes. Pero siempre con dignidad, en un caso u en otro.
Nadie es valiente. Y se nos da muy bien lamentarnos del mal ajeno desde nuestra posición de confort.
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