VIVIR O SOBREVIVIR
La soberbia no tiene límite, pero sí tiene fin; quizá justo cuando empieza el orgullo. De todas formas, ninguna de las dos cualidades (o defectos, según se mire...) suele ser buena consejera. Verán ustedes:
La vida no deja de enseñarnos cosas, desde que nacemos hasta que morimos. Al menos, así lo deseo yo... aprender cosas nuevas hasta el último momento, hasta mi último suspiro. Gastar y sobrevivir se convierten en sinónimos cuando gastas parte de tu vida en intentar sobrevivir; y así he estado unos diez años de mi vida, aproximadamente. Quizá, cuando uno intenta sobrevivir, aprende más, o quizá aprende mejor. Yo creo que ni una cosa ni la otra, porque bastante tiene uno con sobrevivir. Pero sí es cierto que uno aprende cosas que no hubiera aprendido si hubiera estado en otro lugar.
Conocí de cerca la tiranía, el aburrimiento, el abuso y el desuso. La desfachatez y la vagancia, la falsa ironía y el desplante. Pero claro, obviamente, tratamos de sobrevivir. Y el que trata de sobrevivir, padece. De una forma u otra, pero padece. Conocí la ingratitud, el desapego, la mentira en todas sus dimensiones y, por qué no decirlo, también el sueño. Y vi cómo se rinde pleitesía ante el miedo al fracaso y al desamparo. El problema es que hasta que no pasa el tiempo, uno no se da cuenta de que eso es sobrevivir, y aunque a veces vivir es peor que sobrevivir, al menos uno por fin vive, sin presión en el cogote y una digna respiración.
Porque cuando uno no puede ni respirar, mejor vivir mal que sobrevivir de aquella manera... Sí, sí, arrieros somos, que la memoria no olvida ni el recuerdo perdona. O al revés. Y yo me entiendo...
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