LA MADRE ADOLESCENTE
Me pareció verte entre la gente, ayudada al andar por otra gente
que desconocía por completo. La mueca de tu sonrisa te delató, pero la
edad me produjo unas dudas irreparables. ¿Cuántos años han pasado? ¿Unos
quince? Sí, seguramente más... El peinado, la mirada, la forma de
caminar y la empatía de tus manos con el resto del cuerpo no me parecían
del todo efímeros, aunque sí apropiados. Me quedé parado unos segundos,
sin saber qué decir antes de pensar ni qué pensar que pudiera decir. La
mascarilla jugó a mi favor; la arruga se disimula mejor cuando solo se
puede demostrar que existe. Yo soy un inútil al respecto.
En
cualquier caso, semejante parecido con la realidad es una exigencia, y
no una utopía que esconde el paso del tiempo. Dijeron demasiadas cosas
que no debieron ser pasadas por alto, pero uno es conformista y no hace
caso de habladurías. ¡Habrase visto mayor disparate! Ya no sé quién de
las dos jugó más a juzgar que a dar falsas esperanzas. Aunque sí sé
quién jugó mejor. Eso es obvio, aunque únicamente para mi.
Pasado
este tiempo, me alegro de estar en el lugar donde estoy. No sé si es el
lugar correcto, pero sí sé que podría haber estado en algún lugar mucho
peor. Porque para estar mejor hay que hacer méritos, algunos de los
cuales ya no dependerán de uno mismo, sino de los demás, y cuando algo
no está bajo control...
Si fuiste tú, me alegro de no haberte saludado, lo cual puede significar que no me conocieras. Y de eso también me alegro. La adolescente jugó a ser madre, y ahora la madre se cree adolescente.
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