Nos gusta vivir al margen de la ley, pronunciando palabras visuales que traicionan lo miserable y dejan ver hasta por la tela más transparente cuán cobarde pueden ser unas letras que sólo tienen sentido cuando se unen para asustar, que no para amenazar. Más me vale equivocarme aunque no quiera tener razón, ni en esta vida, ni en las que nos queden por vivir, que algunos dicen que es, al menos, una. Y es que en eso consiste la traición, y por algún lugar, sitio o momento hay que empezar; y cuando empiezan por uno mismo... malo, malo. Al menos, yo pienso mal. Me consta que otros ni piensan.
El acto más cobarde siempre será el mismo. No importa lo avanzada que esté la tecnología. Tirar la piedra y esconder la mano es algo que siempre sabremos hacer bien... porque ser cobarde es fácil, sobre todo si lo llevas en los genes. Si lo llevan en los genes. Y me consta, porque conozco a la gente justa y necesaria para que me conste. No hay más.
Después, cuchichean, se tapan la boca con la mano para que no se escape el veneno de un aliento que mataría únicamente al más débil. Porque fuerza demuestran poca. Y se ponen la piel del cordero de un color verde, por ejemplo, que así parecerá que siempre busca la esperanza y que la culpa nunca, nunca, nunca, es propia. Siempre ajena. Como la vergüenza que demuestran ni tener, siempre buscándola por los suburbios de la dignidad.
Insisto en que todo se termina sabiendo. Lo que no conocemos es el cuándo. Así que yo seguiré esperando el cuándo mientras otros aún esperan un por qué... pobres ignorantes. Hay cosas que las mentes primitivas jamás entenderán...
... y estas a las que me refiero son muy, pero que muy primitivas. Porque nadie las conoce. En plena extinción. Anónimas, sin más. Simplemente anónimas. Y alguien anónimo no es nadie para mi.
Ni para nadie.
Hasta que mueran en sus propias lágrimas. Incluso así seguirán dando pena mientras buscan la vergüenza metiendo los dedos en su propia mierda.
En su propio honor. Ningún honor.
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