Pongo los ojos en el cielo y no alcanzo a ver el infinito de tu sonrisa. No, no los pongo, la verdad. No me alcanza la vista. Ni es fácil disculparse ni lo es el darle la vuelta a una situación que ya es irreversible, se mire por donde se mire. Últimamente, coger el coche y hacer trayectos de diez o quince minutos me sirve como vía de escape. Pongo la música y observo la vida pasar a cada lado de mis ojos. No puedo tener los ojos en el cielo y en el suelo a la vez. Importan las personas, y no las cosas. Importa la intención, y no la mala intención. Importan las ganas, no las palabras. A veces me siento como quien da limosna al mendigo y recibe insultos por éste porque la limosna le parece insuficiente. Demasiados momentos juzgados cuando, precisamente, momentos es de lo que menos dispongo en estos tiempos en los que todo lo que importa son las prisas... y nunca las pausas.
Necesito parar y descansar. Y estar cinco minutos mirando al vacío, ya que no puedo tener ojos en el cielo ni oídos pensando siempre en escuchar el mentidero. Siempre he pensado que es mejor algo que nada... aunque a veces es mejor nada que algo mal hecho. El problema es que la gente confunde lo que está mal hecho con lo que esta incompleto. Eso es lo que hay que valorar, y si tengo que dar mil pasos y hoy puedo dar uno... pues eso, que me queda uno menos. Y al menos, he conseguido avanzar.
No reprocho nunca nada a nadie. Para eso tiene cada cual su conciencia. Hay días en que la tristeza lo supera todo, y los sueños dominan la razón cuando nos permiten soñar lo que deseamos soñar. Pero no tengo ojos en el cielo que puedan compensar, de alguna manera, el hecho de poder olvidar una vez más que me quedan veinte días para volver a compartir sueños con ella.
Es otro ciclo de una vida que no dura lo mismo para según quien lo plantee.
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