Volvamos la vista atrás. Relojes perdidos sin tiempo para buscar. Una boda no marca una vida; una vida no marca el final. Supongamos no haber vivido bajo ese yugo de cristal. Supongamos caminar. Supongamos que mis pies pisan un viento suave que ha olvidado cómo volar. Paseos largos junto al río, hojas de otoño aisladas por el sol; sonrisas de nube y lágrimas de azúcar con luces en blanco y negro de tonos grises multicolor. Recuerda: sólo estoy echando la vista atrás.
Quien me conoce sabe cuál es mi forma de actuar. Cuál es y la que siempre será. A veces, uno se cansa de esquivar, de apartar el dolor de mi lado, de pasar rozando los flancos de la superficialidad. Pero eso sólo pasa a veces; el resto del tiempo, la vida me enseñó a luchar. Nadie permanece impasible, estanco en la obviedad, pasivo en la calma del tiempo que siempre, queramos o no, nos va a cambiar. Yo aprendí a hacerlo. A cambiar. Sé que es difícil, que cuesta, que la fuerza no siempre basta y la franqueza traiciona a cada paso que da... pero no voy a hacer encaje de bolillos para tener que firmar la paz.
Que lo hagan otros. Las personas nos cambian. La vida nos cambia. Es cierto. Yo aprendí a luchar, y en poco tiempo, la verdad. Hay quien dice que no nos reconocen, que hemos cambiado para mal, que antes éramos de otra forma... esos, esos son los que no saben ver que la vida nos enseña a evolucionar.
Y ellos son los incapaces en evolucionar. Rebelde sin causa, no te olvides de nadar, pero antes... tírate, tírate al mar.
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