Esta semana aprendí a olvidar cuando, sentado en el banquillo, recordé que la verdad se puede esconder tras una máscara que la justicia se encarga de maquillar. Mentiras y tiempos muertos, caras llenas de suciedad y nervios, muchos nervios por un temor justificado: la justicia está tan ciega como la vara de medir verdad. Allí sentado pude comprobar que no han perdido ni un ápice de cobardía, esa que usaron para camuflar una realidad que día tras día se hace patente en una forma de caminar, mirar, sentir, llorar, abusar, mentir, estorbar, susurrar, engañar y manipular. Nada de eso ha cambiado, y no creo que vaya a cambiar. En este juicio llamado vista aprendí muchas cosas más, como que los abogados buscan cualquier letra bis de cualquier punto bis de cualquier artículo bis de cualquier ley escondida en un cajón para intentar desmontar lo que la razón entiende. Aprendí que no son capaces de mirarme a la cara, que la escasez de vergüenza la llevan de bandera y que los argumentos brillan por su ausencia amparados en recónditos apartados de leyes que, esta vez sí, puede que den razón, pero carecen de toda lógica en el ámbito jurisdiccional.
Finalmente, vi cómo engañaron a todo ser razonable que intentó negociar, con falsos acuerdos e intenciones de buena fe. Esto no quise aprenderlo... debes tener el título de ruin para poder hacerlo. Y ahí la justicia cayó en su propia trampa, ampliando un plazo que nos llevará, con toda seguridad, a una nueva vista seguramente más radical, sin medias tintas y donde todo puede pasar.
Pero, ¿quien dijo miedo? A mi se me está quitando el miedo hasta a volar. Volemos, pues, y veamos desde el cielo si la ley es justa o, simplemente, si la justicia es legal. Porque hay quien mira de frente... y hay quien no se atreve ni a mirar.
Que cada cual elija su bando.
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