El fracaso del incomprendido no es mayor que el del desdichado, del desafortunado o del que muestra demasiada autocompasión. Hay soluciones para todo y para todos, pero debemos huir de las que son temporales y de las que son atemporales, porque las primeras no duran para siempre y las segundas no tienen por qué ser eternas; son, simplemente, inconclusas en el tiempo. Todos los fracasos tienen el mismo rango, y todos persiguen el mismo objetivo; simplemente que fracasemos. El problema es que duelen más cuando somos conscientes de ellos, y entonces nos echamos la culpa de nuestros miedos sobre nuestros hombros, que saben lo que pesa un fracaso no reconocido.
No importa lo generosos que sean los demás para con uno mismo. Si algo lo veo mal, lo veo mal, y no hay más discusión. No importa que me digan lo contrario, y mucho menos que me lo demuestren. El esfuerzo es personal y, como tal, cada uno lo tiene que ver recompensado.
Luego está la parte del quiero y no puedo. Querer ya es un buen primer paso, pero fracasamos cuando no podemos por motivos que, realmente, pueden ser fácilmente solventables; motivos evidentes que no queremos entender simplemente por comodidad. Desde mi punto de vista hay que ir siempre un poco más allá. Al fin y al cabo nadie lo va a hacer por nosotros y disfrutar mucho hoy puede tener sus consecuencias mañana mismo. El destino no avisa y la vida no está dispuesta a regalarnos más de un destino.
Y, sin embargo, sigo pensando que lo difícil es rendirse y lo fácil es intentarlo. Y ya puestos, por qué no decirlo, lo verdaderamente extraño es intentar rendirse sin rendirse a hacer lo fácil, dando por hecho que no vamos a conseguir lo difícil.
Sí, es un poco trabalenguas, pero si lo pensáis veréis que no deja de tener cierta razón. Si no lo intentas tampoco te rindes... es que ya estás vencido.
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