Fuerte cuando se ilumina, cuando empieza su vida, débil cuando sabe que llega su final. Me consumo sin saber muy bien el cómo ni el por qué. Quizá es lo que esperan de mi. Que me apague, que me consuma. A veces soy capaz de coger aire, un nuevo oxígeno que llega a mis pulmones, y puedo transmitir mi luz a los demás, mi calor y mi energía, para conseguir que los otros también brillen. Pero no se esfuerzan en brillar. Por lo que vuelvo a la apatía del frío que rodea a las velas, del final de una etapa que no se sabe cuando terminará, pero que terminará. Irremediablemente. Sentirse vela es triste. Que soplen a tu alrededor lo es aún más. Y nadie se preocupa por esta vela que ni siquiera sabe si está cerca su final o, por el contrario, le queda mucho oxígeno por quemar. Aunque con tanto viento alrededor, es difícil que aguante mucho tiempo...