LA NAVIDAD DE CLARA

Llovía con insistencia sobre el tejado de la iglesia. Los niños miraban con tristeza a través de sus cristales. Juan comenzó a llorar y Miguel mostraba tristeza en su diminuto rostro.
Clara entró en la sala con una sonrisa en los labios. Su indisimulada alegría chocó con la apatía de los niños.
- ¿Qué ocurre? - preguntó.
- Hace frío y llueve mucho. No podemos jugar - contestó Carlos, el mayor de ellos.
- Lleváis muy poco tiempo aquí, niños. Tenéis que aprender a jugar a otras cosas. Precisamente hoy os iba a enseñar un nuevo juego.
Clara entendía perfectamente a aquellos niños, que apenas llevaban allí unos meses y sólo conocían el calor. – Vamos a abrir el baúl de la Navidad – dijo a los niños. Los sentó en corro y empezó a repartir extrañas ropas de colores a sus queridos pequeños amigos.
A Juan le entregó un traje azul, una barba blanca y una corona color oro. Miguel recibió una túnica morada, una barba castaña y una corona color plata. Matías obtuvo una capa verde y otra túnica azul, junto a un turbante. Los levantó del suelo y los ayudó a ponerse sus nuevas ropas. – Vosotros sois los Reyes Magos – les dijo Clara, ante la extraña mirada de los niños. Los situó en una esquina de aquella amplia habitación y les dijo que esperaran. Los niños que aún no tenían sus ropas comenzaron a reír al ver a sus compañeros con aquellos disfraces, al tiempo que éstos se sentían importantes… iban a jugar a ser magos.
Después, clara fue organizando al resto de los niños. A Patricia la vistió con un vestido blanco. Carlos fue vestido de carpintero y se apoyaba sobre su bastón de madera. Iban a ser la Virgen y San José. Nicolás se puso un traje de pastor, con zurrón incluido. E Isabel estaba encantada con sus alas en la espalda y su túnica plateada. Incluso Luis se lo pasaba en grande, sin importar que era el más pequeño de todos los niños y a veces se sentía más sólo. Una gran estrella envolvía su pequeño cuerpo, aunque veía a través de unos pequeños agujeritos por los cuales sus ojos se asomaban.
- ¿Queréis saber qué es la Navidad? – preguntó Clara.
- ¡Sí! – contestaron los niños al unísono. Ahora estaban alegres, felices, reían con sus disfraces, imaginaban grandes aventuras…
- Entonces, seguidme.
Clara abrió entonces la puerta del exterior e invitó a sus niños a salir. Se había preocupado de abrigarlos bien. La lluvia se había convertido en nieve, la tarde en noche y el frío en un extraño calor que invadía los corazones de todos los que allí se encontraban.
Clara repetía todos los años este juego con los niños nuevos del orfanato, y cuando salían al exterior, el resto de niños, un poco más mayores, se encontraban ya perfectamente organizados en aquella peculiar representación esperando a los principales protagonistas.
Y tras aquello, Clara comenzó a contar historias de Navidad a sus pequeños, el por qué de la misma, sus celebraciones, su significado y la importancia de no olvidar que cada año la Navidad nos abre sus puertas.
Un año más, Clara se quedó pensando en lo que su abuelo le decía siempre: “La Navidad es la alegría de un niño dibujada en la tristeza de un adulto”. Cuánta razón tenía… por eso se propuso, desde entonces, hacer que, al menos, en Navidad, existiera alegría en los niños. Se lo merecen más que nadie.