SIN MAR
Quien no entiende lo vivido, tampoco entiende lo pasado. De todas formas, no me voy a preocupar mucho de comprender el presente. Todo viene y va, y lo que queda casi nunca depende de nosotros. Creo que lloramos por lo que no podemos vivir y no por lo que hemos vivido. O quizá por lo que imaginamos, o lo que soñamos... Pero nunca lloramos las risas que añoran nuestros susurros de noches de cuentos con finales inventados. Después de todo, el objetivo es el mismo: buscar un sueño esquivando el miedo dando la mano a papá.
La fatiga hace mella. No importa el juego o la diversión; la rutina o la novedad; el lazo o el cartón... La esencia de la presencia impone la obligación. Los viajes no existen, y el calor casi es frío y nos resfría el corazón. No es cierto que no exista la desesperación. El problema son las formas, sobre todo cuando parece que las formas ya no lo son y el fondo subyace tus vestidos y mi ilusión. Ya no sé si dejo de ser yo o si me acercaré, un poco más, a mi verdadero yo. Es curioso, cuando tú pareces lo único y nadie más escucha a tu alrededor. Ni invento palabras ni parafraseo la casualidad; cada año es diferente sin dejar de ser igual, cómo aquellos veranos de mi infancia en los que tenía tantos juegos como días que pasaban sin poder ver el mar. Mas ni antes me importaba ni ahora me va a importar... puede que por eso aprendí a soñar.
Las vacaciones son tristes. Los inviernos, aún más... pero aún no está prohibido dejar de imaginar.
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