La culpa vive en mi. Es cierto. Me siento culpable de demasiadas evidencias y ahora estoy sufriendo las consecuencias. Evidentemente, no puedo controlar la mente enferma de aquellos que usan su inteligencia (escasa, supongo) para hacer el mal. Las luces brillan en el horizonte y el tiempo transcurre rápido, cada día más rápido; vamos lanzados a nuestro final. Apenas nos damos cuenta de los años cumplidos por nosotros mismos... pero los que cumplen los demás, nos hacen viejos. Cualquiera pinta cuadros en las paredes de mi corazón. Hay noches completas, largas y continuas. Y hay noches aisladas, sin sueño y vacías, incompetentes e inconclusas. Nadie retiene el sueño por gusto.
Cambiamos el estilo de vida según la vida nos cambia a nosotros. No podemos hacer nada para evitarlo porque no siempre es suficiente con lo que nos basta. El problema es que el riesgo es doble, y si no queremos correr con dicho riesgo, nos arriesgamos a estar siempre igual. Igual de bien o igual de mal... pero igual, al fin y al cabo.
La paciencia guarda sus secretos. El primero y básico es no perderla por nada del mundo. El resto de sus secretos están supeditados a este tan básico y fundamental. Y ahí está el problema, que lo básico, para algunas personas no existe. Igual que los motivos. Pienso ahora en el pequeño Gabriel, y ciertamente, no encuentro motivo alguno para justificar tales actos. Pero nadie puede saber el motivo de los demás. Somos humanos.
Y así son los humanos... carentes de humanidad.
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