Me pregunto si sabemos lo que queremos o no, si tenemos claro lo que nos gusta o lo que nos desagrada, si sabemos a ciencia cierta el valor de aquello que desechamos con demasiada facilidad. La cultura nos influye, y la educación nos permite aprender de los errores y no ser unos vanidosos de la victoria. O viceversa. Entonces nos da por reflexionar... o por arrepentirnos. O puede que ambas cosas a la vez, aunque eso sería mala señal de que algo no es como debiera. El caso es que, sea reflexión o no, no deja de ser verdad. Todos los actos tienen una consecuencia.
Bien. Veamos la primera reflexión: Cuando hacemos algo... ¿cómo sabemos si nos hemos equivocado o no? No se puede saber, porque si supiéramos que nos vamos a equivocar, no lo haríamos, salvo que queramos equivocarnos adrede para obtener, a posteriori, un beneficio mayor. Pero eso sólo ocurre en los juegos, en los riesgos o en las apuestas. En cierto modo, cuando hacemos algo de lo que dudamos, estamos arriesgando un trozo de nuestra alma. Toda la vida es riesgo; toda la vida es decisión. Desde el mismo día en que nacemos.
Esto me lleva a la segunda reflexión; ¿Nos arrepentimos por algo que no nos gusta, o por algo que no le gusta a alguien? Cuando uno decide tomar un camino diferente al que lleva es precisamente por que el camino que lleva no le gusta, no le convence, o simplemente considera la posibilidad de que puede existir un camino mejor, aunque esto implica un nuevo riesgo, evidentemente. En definitiva, todos buscamos mejorar. ¿Por qué me voy a arrepentir de intentar mejorar algo en mi vida? Sin embargo, si ya vamos por el mejor camino y lo abandonamos, por la causa que sea, sí que habría motivo de arrepentimiento: perdemos algo bueno a cambio de algo no tan bueno; sobre todo si ha sido culpa nuestra el habernos alejado del camino...
Por tanto, lo único de lo que nos podemos arrepentir es de no intentar, de no ser, de dejarnos convencer, de volver la vista a un lado haciendo oídos sordos a los sonidos que nos llegan por el otro lado.
Además, tengo una cosa muy clara: en conciencias tranquilas el remordimiento no tiene ganas de vivir... Y es difícil creer en las casualidades.
A conciencias negras, palabras vacías y promesas guardadas en el tercer cajón...
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