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viernes, 12 de marzo de 2010

CAMINO ABAJO

Tres días después del entierro, apareció. No sé ni cómo ni cuándo. Simplemente, apareció. Estaba sentado en la escalera de madera de nuestra casa de dos plantas. Los más pequeños estaban a su alrededor. Los mayores un poco más alejados, entre la puerta y el umbral de la muralla de ladrillo y cal que servía de barrera entre la acera y la cochera de la calle. El tono general era alegre, y el semblante risueño, dentro de lo que cabe en una persona de su edad.
- Perdonad - Nos dijo a los 10. En ese momento, me acerqué a él y me miró. El resto se paralizó momenténeamente.

- Me fui sin avisar - continuó diciendo - pero he podido regresar un rato para despedirme de vosotros.

Nadie se atrevió a decirle nada. Seguíamos contagiados por la alegría de su presencia. Entonces se levantó. Empezó a caminar lentamente y salió por la puerta. Siguió hasta la esquina y entonces giró su cuello y volvió la mirada hacia atrás. Los 10 no dejábamos de mirarlo. Y nadie lo pudo seguir. Se despidió lentamente con la mano varias veces, haciendo el gesto del adios. Y se fue alejando, calle abajo, hasta que se hizo pequeño y desapareció. Momentos antes, antes de marcharse, nos dijo que estaba muy feliz donde estaba. Y yo le creí.

Una persona no muere mientras quede alguien capaz de guardarle un pequeño recuerdo. Así se despidió mi abuelo de sus nietos. En uno de mis sueños. Y cada cierto tiempo, mi abuelo nace y muere, y nace, y muere... hasta que muramos a la vez.

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