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sábado, 4 de agosto de 2018

CÍCLICO

Conduzco lento, despacio. Las gotas caen sobre el sueño desnudo de quien ríe, inocente, sin pensar en guerras distantes; crudas; realistas. No me salgo del carril. Me mira por el espejo. La miro disimuladamente. Sonríe. Respira. Cierra los ojos despacio. Es feliz. Disminuye mi pesar. Escucho la lluvia chocar contra mis párpados. Simplemente imagino. Y ya no pienso. Ni me arrepiento, ni me enveneno. Fijo la mirada al frente. Subo el volumen... y la adrenalina lo acompaña. Casi duerme; casi no respira. Aún no siente, aunque percibe. Pregunta. Razona. Entiende lo que puede. Sueña lo que no inventa. Provoca. Acaricia mi alma. Derrite canciones. Brilla. Causa motivos. Vive. Congela temores y, por supuesto, llena momentos y colma pasiones. No veo sus gritos ni escucho sus saltos cuando canta sus emociones.

Ni me faltan motivos ni me sobran razones. Después de todo, mucho me temo que todos los caminos me llevarán al mismo lugar. Lugares que sólo existen en el tiempo y que pasan de largo sin saludar. 

Después, sólo veo unos viejos zapatos sin brillo, sin caminos rezagados, sin suelas en las huellas de su propio barro. Luces gastadas y ruedas que achican agua por donde quiera que pasan. Y un camino recto que, en un tiempo cíclico, a veces es más largo y otras, simplemente, más lento. No deja de ser tiempo, incontable, que no puede ser medido. 

Las trampas son para los tramposos. Y las leyes para los legales...

...aunque sean injustas.

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