Maldito corazón. Y, de camino, veo pasar la noche de refilón. Charlando, durmiendo, volando... sin demasiada imaginación. No vale esconder la cabeza como si fuera simple pasión. No vale, maldito corazón. Porque los miedos, miedos son, en forma de viento verde, castillos ambulantes y franca desesperación. Ese es un buen motivo, y también es una mala razón. ¿Cuántas veces soñé despierto sin cerrar los ojos de mi balcón? Demasiadas veces, diría yo, demasiadas veces, maldito corazón. Que las cadenas de un pasado ya no saben si lo son, y consejos no se dar sin escuchar, una vez más, a un maldito corazón. Puede que sea el mío... o el de cualquier otro. De color oración.
Pasa el tiempo sin saber cómo parar el reloj. Eso es lo que más duele. Escucho, y escucho, y no dejo de escuchar para, después, intentar llorar una rabia que se escapa como el grito en una jaula que parece volar siempre a mi alrededor. A veces es necesario plantarse y aceptar las consecuencias. El pasado no existe para lamentarlo a cada momento. No es su objetivo. Cada segundo es un momento nuevo que no va a volver a ocurrir; y de nosotros depende marcar ese segundo en un pasado digno o en un pasado para olvidar. No siempre tiene que existir un término medio.
El pasado existe.
Aún veo a mi abuelo en sueños. Porque nunca se fue... como el pasado. Maldito corazón.
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