Cuánta soberbia para tan poca calma. Cuánta palabra suelta para tan poca consideración. Demasiado cariño para tan poco amor. Demasiado tiempo para tan poca dedicación. Demasiada sensibilidad y muy, muy poca sensación. Fábrica de tinieblas pronunciadas en la garganta de tu voz.
Volvamos la mirada atrás. Una vez más. Hacia aquellos tiempos que se divisan a lo largo de una pendiente cuesta abajo pero que aparecen invisibles a nuestra mirada. Parece que el camino al pasado está lleno de pendientes llenas de baches. Bueno, a lo que iba. La felicidad de muchos es más a ojos de la felicidad verdadera de quienes la desean de verdad. Consecuencias tienen los actos. Todos. Algunas son demasiado obvias. Por eso parece que no existen las consecuencias. Otras son demasiado evidentes... que viene más o menos a ser lo mismo. Y la mayoría son inesperadas. Bueno, realmente no son la mayoría... lo que pasa es que estamos obviando las obvias y las evidentes. Es evidente... valga la doble redundancia. A eso me refiero. A la facilidad de tener la capacidad de desear por los demás evitando todo tipo de responsabilidad. Lo sé, puede que haya sido una inconsciencia por nuestra parte. Dar lástima puede ser verdaderamente peligroso. Pero eso no evita que me sienta como me siento. Aún reconociendo que todavía no ha pasado nada... pero pasará. Y si no, al tiempo.
Yo también quiero, haciendo un símil algo descabellado, tener un coche tuyo, que pagues tú, que arregles tú cuando se estropee y que alimentes tú de gasoil u otras necesidades... y cuando a mi me venga en gana, disfrutar yo. ¿No? No sé... demasiado realista el ejemplo. Ya me sé cómo son estas historias porque estamos hartos de verlas en todas partes, lugar y momento. Y entonces puede llegar el momento en que tu felicidad puede ser inversamente proporcional a mi sacrificio. ¿Y eso tiene solución? Pues depende. Fundamentalmente de dos factores. El primero es mi paciencia, y el segundo es el compromiso. No el tuyo, sino el de todos, con lo cual no me molesto si me incluyo en el mismo. Deberíamos escribir las reglas del compromiso, que se olvidan con mucha facilidad. ¿Sí? ¿O no? ¡Qué bonito! Venga, hasta mañana... Y entonces, la paciencia se agota y el alma estalla delante de nuestras narices. Nos acordaremos de todos cuando no estén, y de ninguno cuando no hablen.
Es muy fácil hablar en la distancia, alegrarse por uno mismo y vivir en la ignorancia de no estar en la piel de aquél o aquella de quien deseas su bien, bien que se confunde con el ego y se disfraza de concha de caracol, llevándose siempre lo más importante a las espaldas.
Puede que me equivoque, pero personalmente, aún no he visto ni un sólo gesto que reconforte mínimamente los leves suspiros que dibujan mi corazón. Venga, hasta otra... porque yo lo valgo.
Volvamos la mirada atrás. Una vez más. Hacia aquellos tiempos que se divisan a lo largo de una pendiente cuesta abajo pero que aparecen invisibles a nuestra mirada. Parece que el camino al pasado está lleno de pendientes llenas de baches. Bueno, a lo que iba. La felicidad de muchos es más a ojos de la felicidad verdadera de quienes la desean de verdad. Consecuencias tienen los actos. Todos. Algunas son demasiado obvias. Por eso parece que no existen las consecuencias. Otras son demasiado evidentes... que viene más o menos a ser lo mismo. Y la mayoría son inesperadas. Bueno, realmente no son la mayoría... lo que pasa es que estamos obviando las obvias y las evidentes. Es evidente... valga la doble redundancia. A eso me refiero. A la facilidad de tener la capacidad de desear por los demás evitando todo tipo de responsabilidad. Lo sé, puede que haya sido una inconsciencia por nuestra parte. Dar lástima puede ser verdaderamente peligroso. Pero eso no evita que me sienta como me siento. Aún reconociendo que todavía no ha pasado nada... pero pasará. Y si no, al tiempo.
Yo también quiero, haciendo un símil algo descabellado, tener un coche tuyo, que pagues tú, que arregles tú cuando se estropee y que alimentes tú de gasoil u otras necesidades... y cuando a mi me venga en gana, disfrutar yo. ¿No? No sé... demasiado realista el ejemplo. Ya me sé cómo son estas historias porque estamos hartos de verlas en todas partes, lugar y momento. Y entonces puede llegar el momento en que tu felicidad puede ser inversamente proporcional a mi sacrificio. ¿Y eso tiene solución? Pues depende. Fundamentalmente de dos factores. El primero es mi paciencia, y el segundo es el compromiso. No el tuyo, sino el de todos, con lo cual no me molesto si me incluyo en el mismo. Deberíamos escribir las reglas del compromiso, que se olvidan con mucha facilidad. ¿Sí? ¿O no? ¡Qué bonito! Venga, hasta mañana... Y entonces, la paciencia se agota y el alma estalla delante de nuestras narices. Nos acordaremos de todos cuando no estén, y de ninguno cuando no hablen.
Es muy fácil hablar en la distancia, alegrarse por uno mismo y vivir en la ignorancia de no estar en la piel de aquél o aquella de quien deseas su bien, bien que se confunde con el ego y se disfraza de concha de caracol, llevándose siempre lo más importante a las espaldas.
Puede que me equivoque, pero personalmente, aún no he visto ni un sólo gesto que reconforte mínimamente los leves suspiros que dibujan mi corazón. Venga, hasta otra... porque yo lo valgo.
Como siempre un placer visitarte, no tenemos otra manera que avisar a la gente y por eso vengo a decirte que esperamos que quieras unirte a nuestro reto de Halloween que comienza el día 16 de este mes, sabemos que a veces no se tiene tiempo de pasar por todos los blogs y de otra forma no os enteraríais. Un saludo, el equipo de acompáñame.
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