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lunes, 9 de septiembre de 2013

NARANJA

De hipócritas está lleno el mundo. De falsas verdades y ciertas mentiras. De dolores que no duelen y nos alivian las cosquillas. De promesas realizadas con las dedos de los pies cruzados entre sí. Después de todo, va a ser verdad eso que dicen de la única verdad de la vida; aquello que queremos negar. La lista de los sinsabores que nos hacen compañía en lo cotidiano es demasiado extensa como para acordarse únicamente de lo malo, cuando lo más fácil es, precisamente, no acordarse de nada. Siempre digo que todos estamos en algún momento de nuestra vida en la línea imaginaria que hace que cambiemos de bando casi sin darnos cuenta. Hoy en día, por ejemplo, no entiendo que los niños no quieran estudiar cuando yo, en su momento, no quise estudiar. Y quizá dentro de 20 años no entienda lo que hago ahora. En eso se basa la experiencia. Más en entender lo que ocurre que en intentar aprender no cometer los mismos errores... o aciertos. Porque de todo se aprende.

El caso es que, quizá por dejadez, quizá por esa ley que nos imponemos nosotros mismos al tratar de favorecer lo que no debemos y obviar lo que más debemos cuidar, nunca somos capaces de encontrar un término medio. Pero eso no debe ser defecto de los demás, sino virtud de uno mismo. Si algo no lo quiero para mi, por el motivo que sea, tampoco se lo deseo a los demás. Y no hablo de una comida, de una afición, de un gusto personal. Hablo de hechos. La vida nos prepara el camino para todas nuestras sensaciones, y la primera impresión no siempre es la que más cuenta, pero seguro que es la más impacta. De verdad lo digo: nadie es mejor que nadie ni tiene por qué estar mejor preparado que nadie. Esos caminos ya los tiene dibujados la vida. Somos nosotros los que tenemos que decidir cuál de ellos debe tomar.

Entonces, el naranja se impone en nuestra mente, y somos incapaces de ver otro color. Imaginamos un horizonte lleno de matices, mientras desaparece en el placer de estar cómodamente relajados, en sillas, tumbonas, sentados o, simplemente, con la mente en blanco, sin nada en que pensar, con la ligera brisa bañando el color que nos agrada y que asociamos con el bienestar. No digo que sea el naranja. Lo he puesto por poner, porque, en el fondo, yo también imagino con soñar que me sigue gustando ser un soñador. Puedes pensar en el color que más te guste... funciona de la misma manera.

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