No deberíamos ser nosotros quienes juzgáramos cómo de feliz fue nuestro pasado. Y nuestra infancia, menos aún. Si nos acordamos de nuestra infancia es por que ésta nunca fue triste. De lo contrario la habríamos olvidado por completo. Hoy añoro esos momentos en los que la Semana Santa era siempre Semana Santa en la infancia. No había que cuadrar días, ni gastar vacaciones, ni esperar a que llegara. No había que entender que podía llover, ni había que conformarse con verla por la tele, con recordar las fotos de los años en los que pude estar, para compensar los que no pude estar.
Quien pueda pensar que no soy feliz con mi vida, con lo que tengo, o con lo que he dejado de conseguir, se equivoca. Cada uno tiene lo que merece, y de nosotros depende el cambiarlo. Tampoco es mentira que podemos hacer más de lo que estamos haciendo. Pero buena voluntad nos falta a todos. Aún así, a veces me siento mal, lo suficientemente mal como para pensar en el pasado para buscar y corregir mis errores. Errores que, en el fondo, son de todos. Eso sí que es triste, y no la infancia de cada uno. Porque, finalmente, estoy aprendiendo a ser como quieren que sea. Lo que veo, lo que observo, es luego lo que empleo, y eso no es reprochable. Y aquí sí que hay diferencias, entre lo que fue mi infancia y el modo de verla desde la madurez del atolondrado. Y esa es la diferencia entre mi infancia y yo. Que en mi infancia, pude lo que quise. Y yo quiero lo que puedo. Son los demás los que no quieren. Cada vez estoy más convencido: todavía nadie en este mundo ha obtenido todo lo bueno de mi, simplemente por que no lo quieren. Hay tantos reproches inútiles que consumen nuestras vidas que cuando se apague nuestra verdadera llama se darán cuenta de lo que pudimos ser, de lo que quisieron que fuéramos y de lo que, realmente, llegamos a ser. Son tres conceptos muy diferentes, que cuanto menos se parezcan a lo largo de nuestra vida, mucho mejor.
Quien pueda pensar que no soy feliz con mi vida, con lo que tengo, o con lo que he dejado de conseguir, se equivoca. Cada uno tiene lo que merece, y de nosotros depende el cambiarlo. Tampoco es mentira que podemos hacer más de lo que estamos haciendo. Pero buena voluntad nos falta a todos. Aún así, a veces me siento mal, lo suficientemente mal como para pensar en el pasado para buscar y corregir mis errores. Errores que, en el fondo, son de todos. Eso sí que es triste, y no la infancia de cada uno. Porque, finalmente, estoy aprendiendo a ser como quieren que sea. Lo que veo, lo que observo, es luego lo que empleo, y eso no es reprochable. Y aquí sí que hay diferencias, entre lo que fue mi infancia y el modo de verla desde la madurez del atolondrado. Y esa es la diferencia entre mi infancia y yo. Que en mi infancia, pude lo que quise. Y yo quiero lo que puedo. Son los demás los que no quieren. Cada vez estoy más convencido: todavía nadie en este mundo ha obtenido todo lo bueno de mi, simplemente por que no lo quieren. Hay tantos reproches inútiles que consumen nuestras vidas que cuando se apague nuestra verdadera llama se darán cuenta de lo que pudimos ser, de lo que quisieron que fuéramos y de lo que, realmente, llegamos a ser. Son tres conceptos muy diferentes, que cuanto menos se parezcan a lo largo de nuestra vida, mucho mejor.
Amigo Manolo, yo tengo claro, que querer es poder... SI no hoy, será mañana, pero podrás.
ResponderEliminarLa infancia siempre debería ser feliz, y el futuro, a veces no es lo que esperábamos, pero si en el mus, nos dan cuatro cartas, no podemos jugar con seis, pero si podemos sacar de esas cuatro el máximo partido posible.
No dudo que seas feliz en tu vida, jamás lo he dudado, pero a veces, lloramos por no ver el sol, y no nos damos cuenta de que las estrellas que aparecieron, son más hermosas.
Un besazo.
Hola Manolo, yo siempre digo que lo pasado pasado es. La infancia es una etapa de la vida como es la adolescencia o la madurez, en cada una te vas encontrando cosas con las que no contabas en la anterior y así vamos pasando la vida, lo más feliz que se puede. Tu camino está marcado al nacer y solo puedes retorcerlo un poco para cambiar lo que no te gusta.
ResponderEliminarun abrazo de sabores, espero verte de nuevo.
cuidate
No hay una sola vez que no me quede flipando con tus reflexiones. Es así, de forma sutil, voluntaria y consciente, nos moldeamos al gusto de los demás, a veces incluso renunciando a trozos de felicidad.
ResponderEliminarCaracolilloenlafrente.
Se me olvidaba. La frase: "Cada uno tiene lo que se merece", es tremenda, me atrevería a decir que cruel.
ResponderEliminarCaracolilloenlafrente.