Será que todos tenemos la necesidad o la mala costumbre de comer. Mire usted, señor juez: unos pagan y otros son pagados; así es y así será toda la vida, hasta que ésta se nos agote. En el mundo real, la realidad, valga la redundancia, es que no existe precio para todo aquello que se hace desinteresadamente; sin embargo, algunos y algunas se piensan que en todo lo que hacemos, absolutamente en todo, existe interés. Esos son los primeros que deberían hacer examen de conciencia y preguntar a su corazón si realmente desean lo que piensan, o si solamente piensan lo que desean. Son cosas diferentes. Al mendigo, al igual que al rico, también le molesta la mosca cojonera, que no deja de tocar las narices volando y aterrizando, segundo sí y segundo no, sobre aquél que no hace nada, por deseo, consejo, incapacidad de cualquier tipo, imposibilidad o desidia.
Por tanto, señor juez, simplemente le digo que sea justo. Cuando algo se divide entre dos, se divide entre dos a partes iguales. Porque cuando uno se entrega, no lo hace pensando en la división, sino más bien en la multiplicación. La justificación no existe y aquello imposible de dividir ya solo se puede dar por perdido. Aunque, hay que reconocerlo, una vez más, uno no piensa en dividir cuando entrega todo lo que tiene. Y luego, cuando uno decide marcharse, por ingratitud, por incomprensión, por incoherencia... y por mil motivos más, resulta que lo mío es tuyo pero lo tuyo sigue siendo tuyo.
Así fue siempre, pero ahora no tiene por qué, aunque hay que pelearlo, como todo en esta vida. Todo tiene su precio, y esto no iba a ser menos. No sé, quizá cambien las leyes dentro de unos años, aunque yo ya estaré bajo tierra cuando eso ocurra...
Ya lo dice mi abogado: la justicia no es justa, simplemente es legal. Y a eso hay que limitarse, a cumplir la ley...