Después de todo, ocho horas son ocho horas, por mucho que nos empeñemos en creer lo contrario. El tiempo toma otra dimensión cuando cambia la luz, la rutina o la forma de estar. También la forma de ser. Por tanto, el problema no es cuándo se usan las horas; el problema es la falta de previsión del cerebro humano. Y sin darnos cuenta, repartimos las horas según vamos necesitando mientras nos engañamos creyendo que dormimos más o menos, descansamos más o menos o trabajamos más o menos. Así que todavía tengo dudas sobre qué horas son mejores para una determinada tarea u otra. Nunca lloverá a gusto de todos. Y siempre van a venir mal las ocho horas. Y vienen tan mal, que después, independientemente del turno, el descanso viene siempre peor, porque apenas quedan horas para descansar; y porque el cuerpo nunca acaba de acostumbrarse...
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