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sábado, 28 de abril de 2018

YA NO VEO CUANDO MIRO POR LA VENTANA

Ya no sabemos a dónde vamos a llegar. La imaginación desborda todos los límites. Sin exagerar. En serio. ¿En serio? Mil razones me llevan a pensar que no debería ser así. Podrían decir que no me doy cuenta de lo evidente, pero la realidad es que no tengo la necesidad de creer lo que mis ojos no ven. Puede que ese sea el gran problema del ser humano. Sobre todo del noble. Si no veo que me mienten, tampoco tengo por qué creerlo. Al menos, yo soy así. Bastantes problemas tengo conmigo mismo como para interpretar la personalidad del resto de la gente que me rodea. O que me rodeaba. Porque uno reflexiona y aprende sobre lo que le ha pasado. Lo que va a ocurrir aún no existe.

Mis evidencias empañan las lagunas de los huecos que dejan los cobardes con cada paso que van dando. El futuro es de quien sabe afrontar el pasado; que realmente nunca se debe afrontar como tal, sino como aprendizaje de la realidad para saber distinguir entre quienes son y quienes pretenden ser. ¿Y si no hubiera tomado aquella decisión? No se sabe... voluntos ajenos llenos de misterio. Y risas tras los cartones de tu exposición.

Ya no veo cuando miro por la ventana. Pájaros que no vuelan, bares cerrados, persianas bajadas, gritos de niños que adelantan a sus dueños, coletas de plata, baldosas quebradas y alguna que otra hoja de cualquier árbol que delata que ya no sabemos en qué estación dormimos. Ya no recuerdo el día en que me robaron la música a todo volumen que teñía de luces mi habitación... Y así, nos pasamos la vida huyendo de los años que nos quedan por vivir; ya no sé si soy fuerte o demuestro ser débil. Aún me gusta bailar.

Y es que la fortaleza del prójimo puede ser nuestra propia debilidad.

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