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sábado, 24 de diciembre de 2016

MEMORIAS, LLANTOS, ALEGRÍA Y NAVIDAD

Lo que verdaderamente nos entristece son aquellas navidades que ya no caben en nuestra memoria, muy a nuestro pesar. Es más el miedo que la alegría; es más el temor que la esperanza. Nos damos cuenta tarde de que sólo olvidamos lo que queremos olvidar. Yo no voy a ser menos... tampoco tuve un pasado perfecto. Y cuando quiero recordar, recuerdo aquellas en las que había luces y adornos, dulces y encuentros, y juegos, muchos juegos. Hasta altas horas de la madrugada, con un ordenador más lento que el más lento de los móviles actuales. Pero con mi oscuridad rodeada de luces y días cortos pero intensos, sin pensar en obligación alguna.  

Por otro lado, no puedo recordar las navidades que nunca van a existir. Aquellas que parecían tan cercanas y que luego, por motivos que no podemos controlar, se nos presentan imposibles de vivir. Entiendo la tristeza de las personas mayores que en su día tuvieron mi edad. Entonces busco la pena en forma de agua brotando por entre las esquinas de mis ojos; a veces la encuentro, y la doy la bienvenida como cualquier otro momento mágico en la vida de quien desea vivir la Navidad. Siempre hay momentos para llorar. No sé si mis hijos van a tener la Navidad que merecen; sólo sé que tendrán la Navidad que uno pueda darles, ni mejor, ni peor. 

Querer que termine algo es como desear tu propia muerte porque, en definitiva, va a terminar, queramos o no, y tenemos marcados los momentos de nuestra vida. Cuando no haya vida, sí que no va a haber momentos. Y viceversa, si los pensamos de distinta forma. 

Lo que de verdad me entristece es no poder sacar a la gente de lo negativo de las cosas. Es esa gente la que impide que otros disfruten de lo positivo. 

Hay veces en que es mejor un llanto en la sombra que un desprecio en la cara.


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