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lunes, 27 de enero de 2014

LA BONDAD DEL MAL

Guste o no, todas las cosas en esta vida tienen su parte mala. Y ese es uno de los principales problemas de nuestra mísera existencia. No creo que nadie sea incapaz de distinguir entre lo que está bien o lo que está mal, salvo que hablemos de alguien realmente mal mentalmente hablando. El caso es que es inevitable no caer en el eterno debate entre el bien y el mal. Nos influye demasiado. A veces priman nuestros principios, o al menos eso creemos, sabiendo a ciencia cierta que no son siempre del todo correctos, pero que debemos seguir al pie de la letra porque si no, nos dejamos pisotear. Otras veces gana la batalla nuestro orgullo; la comparación con los demás, el hecho de lo que la gente hace en situaciones similares con respecto a los tuyos. Porque todos pasamos por las mismas etapas en la vida. Entiéndase a las "etapas" básicas del ser humano, a las inevitables, a las evidentes, a las cotidianas.

Entonces uno compara y se da cuenta de que hay quien quiere que seas de una forma con ciertas personas que, pensándolo fríamente, quizá no se lo merecen. O quizá sí. Y es donde empezamos a rozar el límite entre la bondad y la maldad. El por qué debemos hacer algo por algunos que luego no hacemos por otros cuando sí deberíamos nos hace entrar en una situación de enfrentamiento interior que puede llegar a afectar más de lo que debiera. Si las apariencias importan, uno siente más rabia aún por tener que hacer, medio obligado, algo que no siente. 

Por otro lado, si no lo siento, tampoco cuesta tanto hacerlo, y así todos contentos. Es como dar la razón a un loco sin decirle, evidentemente, que está loco. El loco se queda contento y uno mismo se queda indiferente, pero con la sensación de que nunca va a tener el consuelo que realmente necesita cuando llegue el momento. Porque finalmente, siempre llega el momento. Siempre. Aunque no queramos.

Por tanto, el mal saca su bondad de casi donde no existe y, por el bien de todos, termina imponiéndose aunque asume, directamente, que es el perdedor de toda la situación. Y cuando llegue mi turno, no diré nada de lo que los demás deberían hacer por el simple hecho de haberlo hecho, y valga la redundancia, yo mismo. Cada uno es dueño de sus actos. 

Cuando uno no quiere agradecimientos, quizá es porque espera que, al menos, no haya represalias.

Es triste, pero es así... al menos, mientras no me demuestren lo contrario.

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