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lunes, 25 de noviembre de 2013

ABSTRACTO

Y lleno de color. Matices. Y obviedades demasiado obvias que no necesitan ser explicadas. Sarcasmo libre de ser conducido por la estupidez del ser racional. Nos falta coraje y nos sobra valor. Y el valor viaja con la frente empapada en el sudor del trabajo realizado con el esfuerzo de nuestra conciencia. A veces, la indiferencia del ciego es peor que la ignorancia de quien puede ver y no quiere saber. Pero solo a veces. Otras veces, la importancia carece de sentido, y lo que sentimos carece de importancia, como nos quieren hacer creer. 

Más o menos sabemos que lo que tenemos que hacer. También sabemos lo que debemos hacer. Ni menos ni más. Por eso, no se entiende que no siempre hagamos lo que debemos y no hagamos lo que siempre queramos. Parece lioso, pero no lo es. Sólo debemos intentar comprender. Todo parece abstracto mientras permanece rodeado de la sencillez del momento.

En fin. Centrémonos en lo que interesa, porque lo que no interesa, no merece la pena darle mayor importancia. Cuando la prepotencia sobra, nos gana la miseria, y la injusticia de pedir por pedir ciega nuestras pasiones. No puedo entender ciertos comportamientos cuando saben que no tienen derecho a exigir absolutamente nada. Todo me cansa un poco, y al final, terminamos harto de demasiadas cosas a lo largo de nuestra vida.

lunes, 18 de noviembre de 2013

UN SACRIFICIO AJENO

Porque parece que el propio siempre requiere más esfuerzo que el de los demás. Y cuando es de los demás, lo vemos de una forma simplificada ya que no nos preocupa el acto en sí, sino los resultados. Cuando hay días en los que apenas quedan cosas por contar, uno piensa un poco más en el pasado, consistente en una especie de futuro que está aún por llegar y que, cuando llega, se olvida como si no hubiera sucedido. Son tiempos difíciles en los que cuesta casi hasta respirar, y la comodidad del que consigue aire gratis no se ve afectada por quien sufre como en cualquier época de nuestra historia. Esclavos, como en la antigua Roma, en la edad feudal o vencidos en las guerras civiles. Pero bueno, esto es otro asunto.

Entender y comprender pudieran ser la misma cosa, pero puede que nos estemos equivocando. Es como cuando decimos que no respetamos algo que entendemos. Es lo mismo. Comprender es cuando entiendes algo, que te puede gustar o no, pero realmente sabes, en el fondo, que no vas a hacer nada por cambiarlo. No pretendo juzgar a nadie, ni dar palos de ciego. ¿Se entiende? Pues no hagamos del sacrificio ajeno una forma del bienestar del egoísmo que, con el tiempo, veremos que no lleva a ninguna parte. Entonces, mi tiempo libre pasa a ser libre sin ataduras, y realmente me doy cuenta de que por una vez no tengo nada que hacer. Aunque siempre tengo cosas que hacer. Esto me lleva a pensar que aquellas cosas que tengo que hacer, no merecen la importancia que le dedico; debo cambiar el rumbo, tomarme las cosas con otra importancia, tener un nuevo concepto de lo que esto significa, o bien, rendirme y asumir las consecuencias. La verdad es que no lo sé. Me gusta hacer las cosas que hago, pero a veces no me apetece. También influye el cansancio, el horario, la invariabilidad de los hechos y las personas. Pero me da que pensar...

La constancia es la clave de todo. Asumir errores propios como si fueran de los demás, y puede que tengamos que hacer valer la palabra viceversa. Y espero no cambiar de opinión, y aprender de los errores. El problema es que nadie me dice qué es realmente un error y qué no lo es. Y los errores equivocados pueden que magnifiquen un error mínimo y lo lleve a su máxima expresión.

Es normal que tengamos miedo al amor, a perderlo, a no conseguirlo o, simplemente, a tener que luchar más de lo estrictamente necesario para vivir en paz con el mismo. Pero no por ello debemos renunciar a otro tipo de amor que no somos capaces de ver porque tenemos los ojos vendados... o vendidos. Al mejor postor. A quien nos condiciona unas cosas a cambio de otras. 

Un sacrificio ajeno puede ser demasiado sacrificio si finalmente nos mostramos indiferentes al mismo. Es una pena tener que pensarlo y no poder decirlo. 

lunes, 11 de noviembre de 2013

HUBO UN TIEMPO...

Hubo un tiempo en el cual las cosas estaban bien. Yo era yo, con mis defectos y virtudes. Con una personalidad introvertida, aunque llena de matices. Pero ahí estaba, de pie, luchando por algo que creía, y teniendo algo en que pensar. Aunque no fuera mucho. Nadie me juzgaba con maldad, nadie pensaba que pudiera obrar teniendo mala fe, guiado por el rencor.

Hubo un tiempo en que quizá no decía todo lo que pensaba, pero sí pensaba todo lo que decía. Y eso no es engañar ni mentir; ni ocultar la verdad, porque nadie tiene la verdad absoluta ni siempre se está cargado de razón. 

Hubo un tiempo en el cual prefería escuchar, aprender a escuchar y enseñar a escuchar antes que hablar por hablar. En aquellos tiempos, sentía más, me dejaba conocer más, y la transparencia de mi corazón se reflejaba en mi estado de ánimo. Me importaban las personas y sus sentimientos. 

Un día, sin saber por qué, guiado por quien busca actuar con bondad teniendo en cuenta la indiferencia en mi forma de actuar, empecé a cambiar. No me gustaban ciertas cosas que veía, que tenía que hacer… pero en el fondo, tampoco me importaba verlas o hacerlas. Esas cosas no iban a cambiar mi vida, y un acto de generosidad para con los demás, si a mí no me suponía nada, lo hacía con gusto y total sinceridad. 

Y vinieron más actos, y más cosas, y más hechos, que sin ser de mi agrado, hacía complacido por el amor a los demás. Y empecé a cambiar. Engordaba de halagos provenientes de las personas que enmarcaban mi bondad. Y no te puedes negar. Es un defecto el sentirnos útiles y el intentar agradar. 

Entonces te empiezan a juzgar. Sobre todo, cuando no haces algo que se supone debes hacer, porque uno es como es, y siempre lo ha hecho, aunque sea por gustar a los demás. Y te critican, y te valoran para mal, y te reprochan que hayas cambiado mucho, también para mal. Te ven cruel, solitario, que no quieres saber nada de los problemas de la gente. Y por mucho que hayas dado, tienes que dar mucho más.

Te torturan y te humillan, y se ciegan con una venda llamada vanidad, y el orgullo de creerse mejores personas simplemente por su forma de andar. No vales para nada si haces algo mal, si no lo quieres hacer o si únicamente prefieres que lo hagan aquellos que prefieren aparentar en lugar de buscar una paz con ellos mismos que perdieron muchos años atrás. Mi indiferencia se adueña de mi cuerpo y deja que escojan los actos aquellos que se creen saber más.

No cambiamos por cambiar, ni cambiamos nosotros mismos; cambiamos al caminar por las vías del camino que nos marcan los demás. Y cuando nos damos cuenta, es tarde para hablar, para cambiar y para actuar. Es tarde para todo. Seremos buenos si complacemos el ego de los demás. Seremos malvados si volvemos la vista atrás y, aunque sea por unos segundos, nos acordamos de que hubo un tiempo en el cual las cosas estaban bien. Yo era yo…

Y vuelta a empezar… 

lunes, 4 de noviembre de 2013

LAS FLORES DE MIS BOLSILLOS ROTOS

Lo tenemos enfrente. Y tengo miedo. Atroz. Un miedo que no puedo disimular, por mucho que quiera esconder en los bolsillos, junto con las llaves. Por eso se me suelen romper tanto, y el miedo, pánico desmesurado, dibuja con lápices negros el futuro que tenemos en la acera opuesta contraria a nuestra forma de pensar. Sigo caminando sin pisar el bordillo, casi de puntillas, sorteando las hendiduras que las baldosas dibujan, ya de por vida, en el suelo del presente. 

No le tengo miedo al error, sino a las consecuencias de éste. A la intervención de lo natural y de lo lógico, al enfrentamiento de las fuerzas, al engaño de las habilidades que llevan puñales cargados de picardía. Al sí y al no. Al blanco y al negro. Sobre todo si se imponen por la fuerza, dejando a la razón a un lado consentido. Miedo a los deseos caprichosos. Al abandono. A la hipocresía de un amor demasiado atemporal, o demasiado breve en el tiempo. Se puede medir de ambas formas. Miedo a la soledad incondicional, a la fatiga obligada de la imposición de unas ideas no siempre correctas. A la ignorancia del compromiso. Miedo al cariño pasajero de quien cumple por cumplir tras un correcto y simple lavado de manos. Porque nos falta tiempo para usar la palabra demagogia cuando no encontramos otra más apropiada al alcance de nuestras manos. Y así es. 

Tengo los bolsillos rotos por los tallos de las emociones que esconden sus colores en los pétalos de la admiración, por las llaves que guardan los secretos de mi desaprovechado corazón, y, por qué no decirlo, por los escasos círculos que clavan las monedas en la fuente de mis escasos deseos. Las espinas no desaprovechan la oportunidad de dejarse notar en la frágil tela que protege la piel del calor de las manos inquietas de mi razón. No lo puedo evitar. Los nervios son míos, y como tales, me definen, se apoderan de mi... y no puedo decir que me desagrade. Los sellos de identidad no sirven para enviar cartas sin razón. Ni los tocas con las manos, ni los pisas con los pies, ni los miras con los ojos ni los pegas a mi piel. Abstracciones que nos rompen los bolsillos, nos vacían los cajones, y nos hacen mil añicos las vajillas de mis pasiones. Así son mis flores y así mis bolsillos, como cristales de colores en la mente de un chiquillo.

Enséñame colores hoy, que ya miraré mañana en el blanco y negro imposible de tus ojos...



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