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lunes, 8 de marzo de 2010

LA MADRUGÁ

Estoy tan absorto en el trabajo, avanzando a pasos agigantados, que casi me olvido hoy de escribir mi entrada diaria. Dentro de tres lunes será Lunes Santo. Y entonces quedarán únicamente cuatro días para que el Viernes Santo, a las 4 de la madrugada, la Plaza de San Francisco de la ciudad de Linares luzca un aspecto como el que observamos en la fotografía adjunta. No importa si accedes a la Plaza desde la calle Isaac Peral, una de las principales arterias de la ciudad, desde la calle Viriato que une San Francisco con la Plaza Colón, desde la estrecha calle Ventanas, desde la calle que accede a la peatonal de los juzgados, si accedes desde la calle San Francisco, donde está mi antiguo colegio, o desde la calle Sagunto, que une la Plaza con la Escuela Politécnica. No importa. Desde donde intentes entrar, o vas 2 horas antes de la salida, o no podrás estar ahí. Todo Linares espera que salga Nuestro Padre Jesús Nazareno y mueva su brazo impartiendo la bendición al pueblo. Y entonces me acordaré de tantas y tantas salidas, de cuando empalmaba la noche del Jueves Santo en los pubs y veíamos la salida del Cristo a las 4 de la madrugada, de mi amigo MAG que está injustamente en la cárcel, de los que están y de los que no están, de aquella madrugada que vi el amanecer en la calle del Tinte mirando la cofradía en la lejanía, de aquella madrugada en que vi llorar a los penitentes por culpa de la lluvia, de aquella madrugada que me llevó mi padre, cuando era pequeño, y la Semana Santa de Linares empezaba a notar su propio resurgir, con espacio suficiente para estar en un sitio privilegiado, y de aquel año en el balcón del periódico, y de aquel año que no comenzó a las 4 de la mañana, y de aquel año donde éramos 15, con Andrés, Amparo, Luis, Genaro, Miguel, Antonio, el otro Miguel, y los amigos de éstos, y sus amigos... y aquel año que salió de día por la lluvia, y del primer año con mi mujer, y del primer año enamorado, y del año en que coincidió con mi cumpleaños, y de aquel año de frío en los aledaños de Santa Margarita mientras pasaba la procesión, y de aquel año que no lo vi porque estaba enfermo, y de los dos anteriores que no lo vi porque estaba trabajando, de madrugada, festivo y trabajando... y del dolor de pies, y del cansancio, y del sueño, y del hambre, y de aquel año que, tras amanecer, me comí unos churros con mis amigos de la banda... Y es que no podría parar. Porque cada año de mi vida, ese momento es diferente, es mágico, es una experiencia única e irrepetible. Por eso, si no hacemos algo una vez, lo hemos perdido para siempre. Podemos repetirlo, pero no en el instante de tiempo que hubiéramos querido, por lo que, en definitiva, perdemos la oportunidad de ese momento para toda la vida.

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